En los viejos tiempos, la mayoría de las veces los niños pequeños eran enterrados con su juguete favorito. Podría ser cualquier cosa—un barquito de madera, un pequeño bate de beisbol, una muñeca vieja, cualquier cosa que el niño amara. El juguete de Beth Parson—una muñeca de trapo con dos botones azules como ojos—fue enterrado con ella cuando murió, igual como siempre. Un par de semanas después del funeral, cuando su padre encontró la muñeca postrada en el ante jardín, el decidió que pudo haber sido una confusión y tranquilamente lo enterró de nuevo. Una semana y media después, cuando la madre de Beth encontró la muñeca—sucia y húmeda—en el piso del viejo dormitorio de Beth, la llevó al sacerdote de la familia, y juntos la bendijeron y enterraron de nuevo, en el espacio de la pequeña niña. Cuando encontraron la muñeca la tercera vez, sentada en la vieja cama de Beth, había una pequeña nota: “Es muy helado y oscuro aquí. No me gusta. Por qué no me dejan venir a casa?“
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