De niños sientimos que estamos predestinadas para hacer ciertas cosas en la vida. Algunos dicen: – Yo seré médico – y te mirán con cara de sobrados.
Otros menos ambiciosos pero más valientes o agresivos (como se prefiera) exclaman: – Yo seré policía – su mirada seguramente denota odio.
Así otros u otras dirán: – Yo bailarina – mientras una sonrisa adorna su rostro cursi y comeflor.
Yo desde siempre supe que sería asesino. Desde muy temprana edad sentí un gran desprecio por cualquier ser humano que estuviera cerca de mí. Desde mi abuelita – una de mis primeras víctimas -, hasta mis amiguitos de la escuela. De verdad no soportaba a nadie.
Eso me hizo muy infeliz en mi primera infancia, sin embargo un día cayó en mis manos la novela Psicópata americano de Bret Easton Ellis. De inmediato me sentí identificado con el personaje principal, Patrick Bateman y tuve la imperiosa necesidad de ser su émulo. Fue así como me descubrí a mi mismo y lo que haría de mi vida.
De ahí en adelante me dediqué a hacer estudios de grandes asesinos en serie, sus métodos, sus errores, sus víctimas, sus traumas. Necesitaba prepararme, educarme en el difícil y nunca apreciado arte de matar.
Debo decir, saliendo un poco de foco, que nunca fui maltratado, jamás me vi sometido a abusos sexuales ni de ningún otra índole, mi niñez – aparte del odio hacia mis congéneres – fue feliz, siempre jugando, consentido por mis familiares y amado por mis padres.
Soy asesino por una decisión personal, así como esos que mencioné quisieron ser médicos, policías, bailarinas, yo quise ser asesino. Tarea nada fácil por cierto y es que una cosa es matar a alguien y otra no ser descubierto. Además la violencia burda y vulgar nunca me ha gustado, me gusta el refinamiento, la búsqueda suprema del dolor hacia mi víctima la extensión máxima del sufrimiento en todas sus formas.
En las próximas entregas, más de mis inicios.
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